TEXTOS
- PROVOCABAS ESO -
Provocabas eso.
Por llamarlo de alguna manera, eso que era jodidamente bonito.
Como la sensación de estar un domingo en el sofá y escuchar como fuera cae el diluvio más grande.
Era eso que me recorría el cuerpo de una manera...
Esa bendita y acojonadora sensación de estar en el limbo cada vez que me mirabas.
Me provocabas todo lo bueno que se puede provocar en alguien.
Que se me erizaba la piel cada vez que pasaba por tu lado sin ni siquiera articular palabra y joder! Me podría pasar horas o incluso días mirándote.
Lo cierto es que la conversación casi nunca fue nuestro fuerte, porque al mirarnos tampoco hacía falta hablar mucho más.
Provocabas eso.
Esa jodida magia que sólo tú eras capaz de crear.
El no tenerte era un vacío, inexplicable.
Provocabas lo más puro y bueno que puede llegar a existir.
Provocabas eso.
Provocabas todo.
- PONGAMOS QUE HABLO DE ELLA -
Pongamos que hablo de ella.
Sí, de esa persona que te roba el sueño por las noches y la respiración si te la encuentras de frente.
¿Cómo era vuestro día a día sin esa persona? Sabiendo que estaba ahí cerca pero en verdad estaba a años luz de nosotras.
Esa persona que un día al azar empiezas a hablar con ella, risas y esas primeras conversaciones tímidas preguntando ¿qué tal ha ido el día?, porque no eres capaz de que te salga ninguna palabra más de lo nerviosa que estás por lo que te gusta.
Y sí, hablas y hablas y cada vez ves, que el vinculo va creciendo sin quererlo y es, acojonadamente bonito.
Que tras esas conversaciones hay horas de confesiones, de definiciones de ambas, de que salgan a la luz los gustos de cada una; canalones al horno, pizzas caseras y acabar con las manos llenas de tomate, helado de vainilla o dulce de leche si puede ser, de cervezas frías, heladas, tú; 7UP a la sombra de un 24 de agosto en cualquier terraza de nuestra ciudad. De Netflix y manta cualquier domingo en el sofá, sobretodo los de invierno.
Y sí, llega EL DÍA;
Una, recién llegada a la boca de metro dónde será el encuentro. La otra, de camino, más nerviosa que un puto flan y con unas ganas locas de verla que se sentían a kilómetros de distancia.
Primer encuentro real, primeros dos besos frente a frente y primeros pelos de punta al hacerlo:
-Una tarde cualquiera para el resto del universo, para el resto de personas de este mundo, y una tarde demasiado especial para mí.
Tú; tu bebida favorita, yo; una cerveza y unas olivas acompañando esa tarde, la cual no me creía que estaba allí contigo.
De conversaciones ya un poco más... vamos a llamarlo; profundas.
Confesiones mutuas, alguna foto hecha con tu móvil con esos filtros de Instagram que tanto te gustan. Y ¿sabes? No lo hice, pero mientras te reías en aquel bar donde por aquel entonces era tu barrio, entre bromas mías, y entre alguna que otra anécdota, deseaba besarte con todas las ganas posibles que tenía en aquel momento.
No me quería ir, pero tú te tenías que ir a trabajar y yo, quizás esa noche, iría a verte, cómo cada noche de aquel bendito invierno.
Tengo que reconocer que fui con pies de plomo contigo, porque me hacías sentir tan especial cuando te tenía al lado, que esa sensación me asustaba muchísimo, y aunque lo hacía, me encantaba, y sin quererlo, me alegrabas los días.
Era estar a tu lado y no poder controlar las ganas de hablarte, tocarte o incluso mirarte. Lo de no tocarte o rozarte un milímetro era imposible, porque había una fuerza de atracción tan fuerte, que no la superaban ni los jodidos metales con sus imanes.
Da igual en el momento que estuviéramos cada una, daba igual el espacio/tiempo en el que nos encontráramos, porque siempre que levantaba la vista o miraba hacía un lado o hacía otro, estabas tú, estabas tú respondiéndome con otra mirada de esas tuyas, de esas que podía leer todo aunque no me dijeras absolutamente nada.
Y no te voy a negar que la sensación que tenía en el estómago después de esas conversaciones en miradas, era inexplicable.
Y bueno después de 2.000 guerras y 500 batallas unas ganadas y otras no, ella seguía con la otra en la cabeza, seguía ahí agarrada.
Dijo que nadie le había hecho sentir así, así de especial, así de que cualquier persona conocida por casualidad, le robara más minutos alegres que cualquier otra conocida de más tiempo.
Al final, tras recuerdos, miradas y 1.000 vidas pasadas, cada una siguió su camino, su vida:
Una, siendo la rutina de otros más que feliz, e imagino que aunque fuera por unas milésimas de segundo, recordando a la otra en alguna coincidencia que se le presentara en esta vida.
Otra, queriendo ser la rutina de ella. Firmando contratos con el destino y días de largas conversaciones con el diablo, de pactos y acuerdos, de reuniones y juramentos así misma, de volver, de volver más fuerte que nunca.
Pongamos que hablo de mí.